La vida vista a través de la realidad videográfica (parte 1)
Alguien cierra el paso y, en el semáforo en rojo, se arma la discusión. Juan, el conductor afectado, baja del vehículo echando chispas, se aproxima a la camioneta roja y lanza improperios de alto calibre. No cuida su lengua y le da toda la libertad para herir. Luego, regresa a su vehículo, desconociendo que sus ánimos caldeados y palabrotas envenenaron el cerebro de otra persona.
¿Quién sabe qué pasó por la cabeza de Pablo?
Él es el copiloto de la camioneta.
Él es el tipo de negro que corre varios metros en busca de Juan y le lanza un puñetazo en toda la cara.
Juan, de 63 años, muere.
Pablo, de 32, arruina, en un instante, en unos pocos segundos de furia descontrolada y adrenalina al tope, la felicidad y paz de dos familias: la de él, y la de Juan.
Hoy, Pablo, su esposa, sus hijos, cada vez que ven ese vídeo de la cámara de vigilancia, de seguro se preguntan y repreguntarán: “¿qué pasó con Pablo?”… inventarán mil excusas para familiares, amigos, medios y para el juez… escarbarán en su dolor una justificación a lo injustificable.
Si tal video no existiese, la realidad sería otra: la que construirían los abogados de Pablo.
Pero tal vídeo está ahí presente, cual espada de Damocles, reflejando en el brillo de la hoja a un ser que es Pablo, pero que a él y a su misma familia les cuesta reconocer.
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